¿que es un Ovni?
El término objeto volador no identificado, más conocido por el acrónimo ovni,2 se refiere a la observación de un objeto volador, real o aparente, que no puede ser identificado por el observador y cuyo origen sigue siendo desconocido después de una investigación.
El acrónimo fue creado para reemplazar al de «platillo volante» y ha llegado a trascender más allá de las simples observaciones aéreas. Aunque autores como Erik von Daniken (1999) o Jacques Fabrice Vallée (1976) han apuntado que los antiguos carros de los dioses o las apariciones y raptos en bosques y pantanos podían ser el equivalente a los relatos ovni actuales, el fenómeno-mito comenzó en 1947, íntimamente vinculado a los medios de comunicación.
Su interés para los gobiernos, si es que alguna vez lo tuvo, ha ido decreciendo al encontrarse explicación a la mayoría de los casos y no apreciarse nada especialmente raro ni misterioso en los no aclarados. Sin embargo, la tendencia parece opuesta en la literatura especializada en estos temas, que ha ido creciendo en número de cabeceras y tirada, para pasar a recoger también supuestos contactos telepáticos, pretendidos secuestros y declaraciones sobre experimentos genéticos realizados por los tripulantes de dichos objetos. Todas estas afirmaciones extraordinarias tienen en común la ausencia de pruebas extraordinarias que las demuestren. Pese a la total ausencia de las mismas, la hipótesis extraterrestre sigue siendo tema de debate.
Autores como Luis Alfonso Gámez, Ricardo Campo1 o Neil deGrasse Tyson3 han insistido en la gran importancia de los antecedentes históricos que rodeaban el nacimiento y la popularización del término «ovni».
A finales del siglo XIX y principios del XX, Percival Lowell había publicado varias obras sobre Marte, en las que postulaba que las líneas oscuras divisadas por Giovanni Virginio Schiaparelli en la superficie marciana, constituían una red de canales creados por una civilización inteligente, para traer agua desde los polos al ecuador del «planeta rojo».4 Pese a que las observaciones de Lowell se revelarían erróneas, el público en general consideró la existencia de vida extraterrestre inteligente y cercana a la Tierra como un hecho probado científicamente. El astrofísico y divulgador científico Carl Sagan (1996, p. 232) indica que la nave estadounidense Mariner 9 refutó esa posibilidad cuando fotografió la superficie de Marte en 1971.
En 1944, la Luftwaffe había conseguido hacer operativo el Heinkel He 178. El motor de este avión sorprendió por su sencillez al no necesitar bielas, pistones, cigüeñal, aceite y los demás elementos utilizados hasta el momento.5 También su velocidad, cercana a los 700 km/h, dejaba bastante atrás a los mejores aparatos de la época, caso del Supermarine Spitfire. Como tercera virtud se puede destacar su maniobrabilidad. Además, el aparato en sí ya era sorprendente para personas poco introducidas en el mundo aeronáutico por no tener hélices que lo impulsaran. Aparatos como este y tantos otros que le siguieron comenzaron a implantar en el ciudadano corriente la idea de que se investigaba sobre nuevos modelos aéreos, bastante diferentes de los anteriores y con unas prestaciones muy superiores.
Un efecto más contundente si cabe para la opinión pública, lo causó el V2. Este misil balístico dejaba muy atrás a lo que podían presentar naciones como la Unión Soviética o Estados Unidos. El V2 era capaz de mover una carga útil de casi una tonelada, a varios cientos de kilómetros y a velocidades que superaban con mucho la del sonido, según Nigel Hawkes (1992, p. 193) dicha velocidad se consideraba «barrera» infranqueable para un ingenio humano, pese, continúa Hawkes, a que las balas de fusil ya viajaban a esa velocidad desde hacía décadas. Este portento de la ingeniería abrió nuevamente la mentalidad del público en general e hizo ver como posible que un ingenio de origen inteligente causara imágenes que antes se hubieran tomado por espejismos, resplandores, relámpagos o cualquier otra explicación natural.
El 16 de julio de 1945 tuvo lugar en Álamo Gordo la Prueba Trinity, con la que culminaba el Proyecto Manhattan. Dicha prueba, junto a la utilización posterior de una bomba de uranio y otra de plutonio, demostró que se podía conseguir gran cantidad de energía con poca masa. Pero, al mismo tiempo, se descubría un nuevo tipo de arma, con una capacidad destructiva incomparable, lo cual supuso un salto cualitativo en el tipo de guerra que podría librarse. Igualmente se dio el pistoletazo de salida para una carrera de armamentos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética junto a una carrera de información para conocer cada bando el nivel alcanzado por su oponente.6 Aunque actualmente se sabe que la tecnología soviética estaba por detrás de la estadounidense, había dos campos donde sí llevaban cierta ventaja: uno era el balístico, como se verá más adelante, y el otro fue la capacidad de guardar sus secretos. El régimen de Iósif Stalin era una dictadura férrea, con un control considerable de la información producida y difundida, por lo que las apariencias eran más fáciles de guardar. Unido a esto, las inmensas proporciones del país le concedían una profundidad estratégica sin igual, lo que hacía imposible observar todo su territorio, aunque solo fuese indirectamente, desde ningún punto de su frontera, por muy alto que se alzara el observador. Como ha recogido posteriormente John Lewis Gaddis (2008), los soviéticos podían amenazar con misiles que no tenían y esgrimir divisiones con las que no contaban, o al menos en determinados momentos, porque las agencias de información, al principio, ignoraban lo que sucedía en el interior del país enemigo. La recién creada CIA (Agencia Central de Inteligencia) necesitaba información sobre lo que sucedía en la Unión Soviética y financió proyectos de todo tipo para conseguir fotografías o mediciones atmosféricas que pudieran indicar los avances de la otra superpotencia en campos como el de los misiles intercontinentales, los bombarderos estratégicos o las pruebas nucleares atmosféricas.
Ante las prestaciones ofrecidas por el motor de reacción y el misil balístico, las potencias vencedoras se disputaron a los técnicos implicados en los programas alemanes para desarrollar los suyos propios. Sin embargo, por una serie de decisiones, los Estados Unidos mantuvieron relegado a von Braun durante un tiempo, mientras los dirigentes soviéticos sacaron del Gulag a Serguéi Koroliov para que retomase los programas de misiles abandonados años atrás. Al poco tiempo, los segundos iban más adelantados que los primeros en misiles y cohetes. Carl Sagan (1996, p. 247) indica que dicha ventaja fue inicial, cuando los soviéticos contaban con algunos prototipos de una potencia superior y una tasa de éxitos también superior a la presentada por los estadounidenses, pero esa situación se invertiría posteriormente.
Es nuevamente Carl Sagan (1996) quien recoge la sorpresa de los dirigentes de la Unión Soviética y los Estados Unidos respecto al interés del público por el tema espacial cuando, unos años después de comenzar las primeras pruebas con los nuevos misiles balísticos, los soviéticos demostraron que se podía llegar al espacio exterior con el Sputnik 1. Más aún, los éxitos soviéticos crearon cierto pánico en la población estadounidense al sentirse vulnerables y en inferioridad tecnológica frente a su enemigo. El mismo Sagan (1996, p. 212) recogió ese sentimiento y la reacción inmediata de los políticos en dar prioridad a los temas aeroespaciales. El astrobiólogo transcribe el interrogatorio mantenido en 1958 entre Daniel J. Flood, presidente de la subcomisión para asignaciones de la defensa y representante del partido demócrata por Pensilvania, y Richard E. Horner, secretario de la asesoría para la Fuerza aérea de los Estados Unidos. Ante la petición de una partida considerable de fondos para la investigación espacial, la subcomisión realizó tres preguntas a Horner y, tras responderlas, Flood declaró:
Deberíamos darle todo el dinero, todo el hardware y todo el personal que precisen, sin importar lo que otras personas puedan opinar o querer, y pedirles que se suban a una colina y que lo hagan sin contemplaciones.
Con un vigor como el demostrado por las dos partes en los aspectos técnico, económico y de comunicación, pronto comenzaron a ser familiares para las personas de toda clase y condición los cohetes de gran tamaño, las imágenes de cápsulas reentrando en la atmósfera, los trajes presurizados, las escafandras.
El primer nombre dado a luces o formas en el cielo desconocidas para el espectador fue el de «platillo volante» o «platillo volador», del inglés flying saucer. El término «platillo volador» se popularizó en 1947 debido a un error periodístico. El 24 de junio, el piloto civil estadounidense Kenneth Arnold ―mientras volaba sobre la cordillera de las Cascadas (en el estado de Washington)― vio una formación de nueve objetos con forma de búmeran que volaban a una velocidad (estimada por él) superior a los 1500 km/h.1
Como se ha indicado, a finales de la Segunda Guerra Mundial se veía como posible la existencia de prototipos rápidos y muy manejables, desarrollados por otros países y nunca vistos hasta el momento. Ante la posibilidad de haber divisado una escuadrilla de dichos prototipos, Arnold se dirigió a la oficina del FBI para informar, pero la encontró cerrada. Por lo tanto acudió a un periodista llamado Bill Bequette para narrarle su observación. El piloto explicó la formación indicando que los nueve objetos tenían forma de búmeran y describió sus movimientos como el efectuado por las piedras cuando rebotan sobre una superficie líquida, en concreto sus palabras pueden traducirse por «un platillo lanzado a través del agua». Bequette confundió la forma en la que se movían los objetos con la forma de los objetos. El error de Bequette ha sido recogido multitud de veces por científicos como Carl Sagan (1997): «Dijeron que yo había dicho que eran “como platillos”, cuando lo que yo dije fue que “volaban al estilo de un platillo”», declaró Arnold al célebre locutor Edward R. Murrow en una entrevista para la CBS, transmitida el 7 de abril de 1950.
Nuevamente Sagan (1997) hizo hincapié sobre la relación entre la confusión y las observaciones posteriores, incluso fotografías:
Mientras la explicación original se ha olvidado, el término «platillo volador» se ha convertido en una palabra habitual. El aspecto y comportamiento de los platillos voladores de Kenneth Arnold era bastante diferente de lo que solo unos años después se caracterizaría rígidamente en la comprensión pública del término: algo como un frisbee muy grande y con gran capacidad de maniobra.
Autores como Ricardo Campo han recogido citas más elocuentes:1
Muy probablemente, a partir de entonces, todas las razas alienígenas y extraterrestres que han visitado la Tierra han tenido que rediseñar sus naves interplanetarias para adaptarse al error de un periodista de un diario local de Estados Unidos del año 47.
Pese al error, las declaraciones sobre ingenios aeronáuticos no identificados aumentaron considerablemente. Ante la posibilidad de que la Unión Soviética dispusiera de aparatos desconocidos hasta el momento o que se pudiera estar violando de alguna forma el espacio aéreo estadounidense con gran impunidad, la administración de Harry S. Truman emprendió una serie de investigaciones para esclarecer los hechos. Uno de los participantes en aquellas investigaciones y director del posteriormente llamado Proyecto Libro Azul fue Joseph Allen Hynek (1977). A este astrónomo se le debe la decisión de cambiar el término «platillo volante» por el más genérico «objeto volador no identificado», traducido del inglés «unidentified flying object» UFO, término que persiste hasta nuestros días y da nombre a la disciplina que estudia o simplemente recoge los casos de ovnis, la ufología.
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